23 de noviembre

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Una huerta agroecológica de la comunidad qom crece gracias al apoyo del municipio y la provincia

A través del Plan Abre y el Nueva Oportunidad, se garantizó un sistema de riego y la participación continuada de más de treinta jóvenes becados.

A la vera izquierda de calle Donizetti al 300, en el distrito Norte de la ciudad, un maizal se alza improbable a pocos metros de las vías del tren. A su alrededor, hay decenas de personas agazapadas en torno a la tierra, de la cual emergen todo tipo de plantaciones. A la vera derecha, están las todavía nuevas unidades habitacionales que desde el 2015 habitan predominantemente familias de la comunidad qom.

Hace cuatro años, poco después de la llegada de las vecinas y vecinos a este barrio del Norte, comenzó a funcionar el programa de extensión universitaria Ambiente, trabajo y ejercicio de la interculturalidad junto a comunidades qom y mocoví del sur de la provincia de Santa Fe que llevan adelante docentes y alumnos de tres unidades académicas de la UNR, junto a personas de la comunidad.

“Acompañamos la transición de la entrega de las nuevas unidades habitacionales. Nos encontramos con problemáticas de corte ambiental, porque en este lugar había un basural. A través de la alfabetización ambiental y distintas gestiones con el municipio y la provincia, hoy en día podemos tener una huerta con una extensión proyectada de 2000 metros lineales”, sintetiza Glenda Müller, docente de Comunicación Social y referente de la universidad en el territorio.

Aunque parezca imposible, allí donde hoy crecen semillas de todo tipo, donde se emplaza una huerta agroecológica en crecimiento y se intercambian saberes ancestrales con conocimientos técnicos de jóvenes ingenieros agrónomos, antes había un basural. A partir de la convicción y el trabajo de la comunidad, y el apoyo de la Dirección General de Higiene Urbana y el Plan Abre, se limpió la amplia parcela que se extiende a la par de las vías del tren.

“Para nosotros esta es una experiencia muy interesante, muy enriquecedora. Con el Plan Abre siempre apostamos a que nuestra intervención sea mucho más allá de lo que hacemos desde lo urbano, y que tenga que ver con la integración y recuperar los vínculos a través de una estrategia comunitaria”, afirmó por su parte Lionella Cattalini, coordinadora del Plan Abre en Rosario.

Entre las líneas de cultivos, donde asoman plantas de lechugas listas para el consumo, está Ofelia Morales, docente bilingüe y referenta de la comunidad qom, con la pala en la mano y los pies en la tierra. Ella, junto a otras mujeres de la comunidad, fue de las primeras que respondió a la convocatoria de la Secretaría de Extensión Universitaria hace varios años atrás y hoy es una de las que lleva adelante el espacio.

Ofelia recorre y repasa las plantaciones de una pequeña parcela cerrada del terreno, donde empezó todo. Cuando armaron la incipiente huerta comunitaria, la Municipalidad de Rosario, a través del Servicio Público de la Vivienda, garantizó el cercado. Pero hoy el trabajo se extiende mucho más allá de ese perímetro de 50 metros cuadrados, y tiene proyección de crecer todavía más.

El primer cambio diferencial llegó a partir del programa Nueva Oportunid. Los referentes del proyecto gestionaron que jóvenes de 16 a 30 años pudieran participar del espacio de forma becada, formándose en huertas agroecológicas. Más de treinta chicas y chicos participan divididos en turno mañana y tarde, cada lunes, jueves y viernes de la semana. A ellos se suman “de cuatro a seis mayores, entre los referentes de la comunidad qom y de la Universidad”: además de las propias Ofelia y Glenda, participan Beatriz Fleitas, y los ingenieros agrónomos José Vesprini, Claudia Alzugaray y Joan Dulong.

“Le enseñamos a los chicos que nunca tuvieron contacto con la siembra o las semillas de cada verdura. Gracias al gobierno que nos acercó el Nueva Oportunidad, este trabajo se puede sostener con la juventud”, asegura Ofelia. “Es un grupo bastante lindo. Acá no hay gritos, se conversa así”, dice mirando a su alrededor, haciendo ver el silencio y la tranquilidad que reinan.

“Los chicos trabajan con mucha tranquilidad. Intentamos conectarnos con la tierra y las plantas porque si no hay conexión, no sucede nada. Creo que este maizal creció porque gustó de esta juventud y quiere llegar a estar tan alto como ellos”, agrega Ofelia sonriente.

Además del trabajo actual, hay grandes proyecciones de crecimiento. “Tenemos previsto un bosque frutal, con árboles nativos como el algarrobo y la tuna y otros nuevos”, anticipa Ofelia. Un poco más acá en el tiempo, esperan concretar el cercado de todo el predio con la ayuda del Plan Abre. También está planeada la construcción de un cobertizo sobre el espacio actualmente cerrado, para convertirlo en invernadero.

Este último trabajo estará a cargo de la Facultad de Arquitectura, una de las tres unidades académicas que intervienen en el proyecto además de la Escuela de Comunicación Social de la Facultad de Ciencia Política y la Facultad de Ciencias Agrarias.

Pero había una limitación fundamental para seguir creciendo: la falta de una conexión de agua para riego y/o consumo de las personas. Es por esto que autoridades del Plan Abre decidieron intervenir aportando una bomba de agua sumergible y una conexión eléctrica segura que permitiera solucionar esta necesidad esencial. La Universidad aportó el medidor y sólo falta la instalación del sistema de riego para que todo empiece a funcionar.

“La idea es pasar a una fase productiva que no sea sólo para autoconsumo de la familia, sino para ingresar al circuito de comercialización, pero siempre desde una visión agroecológica. El trabajo que se hace acá es un trabajo de mejora de calidad de vida de los vecinos, con alfabetización ambiental y el diálogo intercultural y transcultural permanente”, reafirma Glenda.

Primero los árboles

Antes de la huerta comunitaria y próximamente productiva, hubo huertas domésticas y plantación de árboles para el barrio. “Lo primero que hicimos, a partir de las necesidades que se plantearon desde las vecinas, fue la forestación del barrio con 300 especies autóctonas, que son los pocos árboles que se ven en el barrio”, cuenta Glenda.

“Hablamos de que los árboles tenían que ser de raíces, frutos o cortezas medicinales. Entonces las mujeres empezaron a nombrar plantas que conocían y también incluso la conexión espiritual que tenían con cada una, con esos árboles que nos acompañaron siempre en nuestra historia”, aporta Ofelia, que lista lapachos, palos borrachos y el mapic (algarrobo en español), un árbol sagrado para la comunidad qom.

“Esto arrancó en los hogares, hablando con las madres. Porque en los lotes hay bastante terreno y se pensó en cómo aprovecharlos, cómo cultivarlos. Ellas propusieron objetivos, pensar qué se quería para este nuevo sector de tierras y nuevas viviendas. La propuesta de las mujeres y las ancianas fue la necesidad de tener una huerta propia, que después se convirtió en una huerta comunitaria”, recapitula Ofelia, reconstruyendo un proceso de crecimiento que parece tan natural como el de las plantas que cultivan.

En la actualidad, y mientras se trabaja para entrar en la fase productiva, vecinos y vecinas del barrio encuentran en la huerta una fuente de alimento. “La gente viene a la hora que estamos y se puede pedir o arrancar lo que quieran, dentro de las necesidades”, afirma la referenta. “Muchas de estas cosas son nuevas en nuestra dieta, como la lechuga, la remolacha, la acelga, el rabanito, la berenjena o las habas. Antiguamente no las conocíamos. Entonces además de enseñar a cultivarlas, tenemos que enseñar a comerlas”, concluye.